Envío un saludo. Me encuentro aquí en este barrio obrero de Montreal disfrutando del calor extremo del verano.
He comprado una papaya, algunas guayabas, aguacates y melocotones en almíbar. Voy y vengo del goce pleno de comer y sentir mi cuerpo sano. Soy un síntoma de una metafísica celestial, mi organismo está constituido de engranajes y procesos delicados que transforman las materias frutales en la energía mental, que es la imaginación de Dios.
La teología cristiana sobre este proceso de transformaciones y ciclos es sofisticada y simple, da sentido al cuerpo humano como un receptáculo del alma y entonces gozo. No hay más dependencia, ni tiempo, ni escenas. El producto mental es moldeable y permite siempre detectar el menor indicio de felicidad para perseguirlo y alcanzarlo día a día.
Se trata simplemente de la búsqueda del éxito absoluto y de convertir en oro cada cosa que tocamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario